La Villa de Teguise huele a Churros

Hay lugares que se viven distinto según el día… y la Villa de Teguise es el mejor ejemplo de ello. Cuando llega el domingo, el casco histórico se transforma: las callejuelas empedradas se llenan de música, color, artesanía, turistas curiosos y vecinos fieles que repiten una tradición casi sagrada: ir a comerse un buen churro.

Desde bien temprano, los aromas comienzan a llenar el aire. El de los puestos de comida, el del café recién hecho… pero sobre todo, el de los churros calientes, crujientes por fuera y tiernos por dentro, que se convierten en el verdadero reclamo de la jornada.

Los turistas lo descubren por casualidad. Vienen por el mercadillo, por la historia, por las fotos. Pero se quedan —y vuelven— por el sabor. Se acercan con curiosidad, prueban uno, y ya no hay vuelta atrás. Fotos, sonrisas y más de uno buscando cómo decir «churro con chocolate» en su idioma.

Pero el residente… el residente ya lo sabe. Desde el lunes está pensando en el domingo. “¿Vamos a la Villa?” ya es sinónimo de paseo, mercado, y sobre todo, churros. Es ese momento de la semana en que todo se detiene para disfrutar de un capricho, entre risas, familia y ese ambiente tan nuestro que solo Teguise puede ofrecer.

Porque comer un churro en Teguise no es solo un bocado dulce: es una experiencia, un reencuentro con la tradición, con el barrio, con uno mismo. Y eso, ningún turista lo sabe… hasta que lo vive.

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